Tanto como ir al mercado en tu auto y encontrar el camino atrofiado por trancones, o entrar a un establecimiento a disfrutar un rato agradable y que no haya espacio para acomodarse al lugar, igual de complicado es dictar una clase en un aula superpoblada. Los conceptos de educación se centraron en la seguridad y la unanimidad de conceptos de aprendizaje, por esto se crearon las aulas que más que aulas parecen cárceles, con pedagogías de enseñanza que deben adaptarse a todos los estudiantes, como si la competencia se tratara de un aprendizaje colectivo.
Las aulas de las escuelas y colegios pasaron de ser espacios de libre desarrollo a cajones de confinamiento, pero no hay que culpar a los docentes, ellos siguen los patrones de conducta y enseñanza de currículos, casi obsoletos pero que aún se quedan en las gacetas de los ministerios de educación. ¿Entonces que viene todo esto en la problemática? por experiencia propia puedo decir lo complicado que resulta atender 50 estudiantes en espacios cerrados de cinco metros cuadrados, parecíamos una lata de sardinas, claro con las sardinas dentro.
Resultaba casi imposible caminar entre los pupitres y bolsos, de igual manera era tediosa la supervisión de actividades con estudiantes que aprovechaban la aglomeración para molestar a los interesados desde la comodidad de los últimos espacios. Esta realidad, aunque muchos tilden de quejambrosos a los docentes afectan su rendimiento laboral, pues se les presentan barreras a las actividades que promueven la participación colectiva como los trabajos en grupo o la socialización de temáticas tratadas en clase.
Según la Unesco, se establece un máximo de treinta estudiantes por curso, esto establece una variable entre la carga docente y la cantidad de estudiantes, que no tiene en cuenta las condiciones del medio, como la violencia intrafamiliar, el deterioro del entorno, la infraestructura de los establecimientos, los pocos recursos, entre otras.
En rangos menores o iguales, el docente puede hacer seguimientos individualizados y fortalecer aptitudes en los educandos, de igual manera, puede motivar, dialogar, interactuar e incluso dar explicaciones sin complicaciones, esto también depende de la vocación, el conocimiento y aptitudes que tenga el docente, sin embargo, cuando un aula está superpoblada, se enfrentará a un obstáculo que sobrepasa sus límites, así cuente con las condiciones óptimas para el desarrollo de su clase.
Entonces, ¿Cómo puede ser posible mantener una mirada sobre más de treinta educandos? ¿Cómo evaluar el compromiso y rendimiento académico? ¿Qué procesos de motivación se debe utilizar de acurdo a su nivel de interés y capacidad? ¿Cómo crear debates sin que se generen inconvenientes en la participación? y la pregunta que más inquieta ¿cómo escucharlos a todos?
Se estima que para que un aprendizaje sea del todo efectivo, las aulas deben contar con un número máximo de treinta y un número mínimo de 15 estudiantes, con ellos se lograría realizar actividades de participación, debate y puestas de trabajo común que todos atenderían sin ningún tipo de reparo, esto es un sugerido, puesto que las instituciones también reciben estudiantes con discapacidades cognitivas que requieren un proceso de enseñanza más complejo o de más cuidado.
La jornada docente no termina cuando el timbre suena para retirarse de la institución, sino cuando su stand de actividades haya culminado, por lo tanto el desgaste por superpoblación en las aulas se incrementa, la corrección de tareas, la adecuación del espacio, establecer límites, atender padres, y otras actividades que se pueden considerar como factores de desgaste mental y físico en alta escala. Esto se traduce en enfermedades que pueden desencadenarse en ausencias del docente del plantel. Por lo tanto en últimas, resulta importante recalcar que es muy difícil tanto para los estudiantes como para los docentes crear ambientes óptimos para el aprendizaje en espacios pequeños y ruidosos.