Podría sostenerse que, si nuestros antepasados primates
tuvieron que apañarse sin un elemento importante de carne en sus dietas,
nosotros podríamos hacer lo mismo. Si nos convertimos en comedores de carne,
fue sólo debido a las circunstancias del medio, y, ahora que tenemos el medio
bajo control y disponemos de productos agrícolas cuidadosamente cultivados,
nada nos costaría volver a nuestros antiguos hábitos primates de alimentación.
En el fondo, el credo de los vegetarianos consiste en esto; pero es evidente
que ha tenido muy poco éxito.
El impulso de comer carne parece haber arraigado en nosotros
en forma excesiva. Ante la oportunidad de devorar carne, nos mostramos reacios
a prescindir de ella. A este respecto, es muy significativo que cuando los
vegetarianos explican las razones que les movieron a escoger esta dieta, raras
veces dicen que lo han hecho simplemente porque les gusta más que cualquier
otra. Por el contrario, urden una complicada justificación, en la que
involucran toda clase de inexactitudes médicas y de inconsecuencias
filosóficas.
Aquellos individuos que son vegetarianos por su libre
elección procuran hacerse una dieta equilibrada, utilizando una gran variedad
de sustancias vegetales, a semejanza de los típicos primates. En cambio, para
algunas comunidades, la dieta en que predomina la ausencia de carne se ha
convertido más en una triste necesidad práctica que en una preferencia ética de
minoría.
Con los progresos de las técnicas de cultivo de vegetales y
su concentración en unas cuantas clases de cereales de primera necesidad, ha
proliferado, en ciertas civilizaciones, una especie de eficiencia de baja
graduación. Las operaciones agrícolas en gran escala han permitido el
desarrollo de enormes poblaciones, pero el hecho de que éstas tengan que
depender de unos pocos cereales básicos ha acarreado una gran insuficiencia de
nutrición.
Las personas afectadas pueden procrear abundantemente, pero
producen ejemplares físicamente mezquinos. Cierto que sobreviven, pero sólo lo
justo. De la misma manera que el abuso de las armas técnicamente perfeccionadas
puede conducir al desastre agresivo, así el abuso de las técnicas de
alimentación culturalmente desarrolladas puede llevar a un desastre por falta
de nutrición. Las sociedades que de este modo han perdido el esencial
equilibrio alimenticio pueden ser capaces de sobrevivir, pero tendrán que
vencer los extendidos y perniciosos efectos de la deficiencia en proteínas, en
minerales y en vitaminas si quieren progresar y desarrollarse cualitativamente.
En las sociedades más sanas y adelantadas de hoy día, se
mantiene perfectamente el equilibrio de la dieta a base de plantas y de carne,
y a pesar de los dramáticos cambios producidos en los métodos de obtención de
suministros alimenticios, el progresivo mono desnudo de hoy en día sigue
alimentándose, en parte, según la misma dieta fundamental de sus remotos
antepasados cazadores. Una vez más la transformación es más aparente que real.
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