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Hace algunos años, en una cena con un grupo de estudiantes de doctorado, entre los cuales había católicos, surgió el tema del papado y la discusión se caldeó. Una joven dijo que le resultaba difícil comprender que una persona en su sano juicio pudiera ser católica, dado que la Iglesia se había pronunciado a favor de los más perniciosos dirigentes de derechas del siglo (Franco, Salazar, Mussolini, Hitler…). Su padre era catalán y sus abuelos paternos habían sufrido la persecución de Franco durante la guerra civil.
Se planteó entonces la cuestión de la actitud de Eugenio Pacelli (Pío XII, el Papa del período de guerra), y si había hecho algo o no por salvar a los judíos de los campos de la muerte. Como a muchos otros católicos de mi generación, el tema me resultaba familiar. La polémica se inició con la pieza teatral de Rolf Hochhuth El Vicario (1963), que presentaba a Pacelli —de forma inadmisible, pensaba la mayoría de los católicos— como un cínico cruel, más interesado por salvar los bienes del Vaticano que por la suerte de los judíos.
Pero la obra de Hochhuth desencadenó una controversia acerca de la culpabilidad del papado y de la Iglesia católica en la Solución Final, en la que cada aportación suscitaba una respuesta desde el extremo opuesto. Los principales participantes, cuyos trabajos repaso al final de este libro, se ocupaban sobre todo del comportamiento de Pacelli en los años de guerra. Sin embargo, su influencia en el Vaticano comenzó en la primera década del siglo, y fue creciendo durante un período de casi cuarenta años, hasta su elección como Papa en 1939, en vísperas de la segunda guerra mundial.
Me pareció que para hacerse una idea imparcial de Pacelli, así como de sus hechos y omisiones, era necesario contar con una crónica más amplia que las escritas hasta el momento.
Tal estudio debía abarcar no sólo sus primeras actividades diplomáticas, sino su vida entera, incluyendo el desarrollo de su evidente espiritualidad desde la niñez. Estaba convencido de que si se estudiaba la totalidad de su vida, el pontificado de Pío XII quedaría absuelto.
Por eso decidí escribir un libro que satisficiera a un amplio abanico de lectores, viejos y jóvenes, católicos y no católicos, que siguen planteándose preguntas acerca del papel del papado en la historia del siglo XX. El proyecto, pensé, no debía ser el de una biografía convencional, ya que el impacto de un papa en los asuntos generales borra las acostumbradas distinciones entre biografía e historia. Un Papa, después de todo, cree, junto con cientos de millones de fieles, que es el representante de Dios en la tierra.
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